Perdida en la costa pacífica de Costa Rica, entre caminos de tierra, palmeras infinitas y una vibra difícil de explicar, Santa Teresa se convirtió en uno de esos lugares que te hacen frenar. Y quedarte. O por lo menos querer hacerlo.

Un pueblito sin prisa, con olor a mar y comida rica, donde cada día arranca con tabla bajo el brazo y termina con los pies llenos de arena mirando el atardecer.

El surf, ese pulso que lo mueve todo

Acá se viene a surfear, sí. Pero también a aprender, a mirar, a compartir.

  • Playa Santa Teresa: rompe con fuerza sobre fondo de roca. No para cualquiera.

  • Playa Carmen: olas suaves y largas, ideal si estás arrancando o querés fluir sin presión.

  • Malpaís: más al sur, menos gente, más paz.

Si te levantás temprano, el mar está glassy y las olas solas. Y si entrás con respeto, la comunidad te recibe con buena onda. Hay códigos, como en todos lados. Pero también hay magia.

Comer bien

Después del agua, viene la comida. Estos son algunos lugares que tenes que probar si o si.

  • The Bakery: café suave, pan casero, bagels y bowls que alimentan cuerpo y alma.

  • Taco Corner: simple, sabroso y directo. Tacos everywhere.

  • Soda Tiquicia: ese lugar de siempre, con arroz con camarones y jugos naturales. Precio local.

  • Somos: bar con energía alta, música en vivo, tragos ricos y platos para compartir.

 

Cuando no hay olas: moverse igual

Santa Teresa también es monte, cascada y movimiento.
Cuando el mar descansa, hay planes que no fallan:

  • Yoga entre la selva. Pranamar y Horizon son dos favoritos.

  • Cascada de Montezuma: un viaje que vale cada kilómetro de tierra y polvo.

  • Caminata hasta Playa Hermosa: larga, pero hermosa de verdad.

  • Clases de skate en La Loma: mini rampas, reggae de fondo, comunidad que vibra.